domingo, julio 30, 2006

Los tatuajes, una cuestión delicada

Conviene tener cuidadito con el tema tatuajes. Lo que antes era una práctica casi exclusiva de marineros y chicos malos es ahora algo habitual entre la gente joven. El problema es que el grado de madurez de los tatuados suele ser, por desgracia, inversamente proporcional a la pasta que cuesta el caprichito. Por eso digo que más vale pensarse la cosa un par de veces. Por si acaso.

Conozco un chaval que quiso tatuarse el nombre de su novia (creo que era su primera novia formal, él tenía 18 o 19 años). Por suerte, al final no lo hizo, y digo por suerte porque un tiempo después aquella relación se acabó. ¿Qué habría hecho el chico entonces? Quizá habría actuado como ese 20% de consumidores que acuden a tecnología láser para borrarse el tatuaje: es decir, doble gasto de dinero. Yo, de haber sido él, me habría dejado la inscripción porque la chica se llamaba África, así que más o menos se puede ir tirando. Si tu ex novia se llama Conchita, Mariluz o similar, la cosa se pone muy chunga, pero si es África siempre puedes salir con que estás “comprometido con los más pobres”. Con la ayuda de Copycat, me he puesto a pensar en otros nombres fácilmente reciclables: Marina (puedes decir que has estado en el ejército), América (“oh, adoro ese continente”), Curro (para aquellas que sean fans de la mascota de la Expo 92)… dice Copycat que Magdalena es perfecto sobre todo si tu novia se llama Martínez de apellido: con sólo ponerte “s” ya tienes trabajo asegurado como hombre anuncio de “Magdalenas Martínez”.

Como decía, este chico no se tatuó el nombre de la novia. En lugar de esto, él y ella decidieron ponerse un símbolo chino para sellar un amor que se suponía “eterno”. Es la ventaja de tener un símbolo oriental: que nadie sabe lo que pone. Pero, ¿lo sabe la persona que lo lleva? Me imagino la cara de los chinos que viven en España cuando ven a alguien con una inscripción en el brazo o en la espalda, normalmente hecha a partir de un diseño bajado de internet en una tienda en la que tienen poco de sinólogos. Este es un gran problema detectado por Arbusto: los que trabajan en el mundo de los tatuajes no se preocupan por comprobar qué-cojones-significan-esos-simbolitos. Y luego pasa lo que pasa. A Britney Spears, por ejemplo, le tatuaron “Extraña” en lugar de “Misteriosa”. En este blog se recogen numerosos gazapos, como el de una chica de Vancouver que pidió que le pusieran “Amor” y acabó con “Lavabo”. Conclusión arbustiana: si te vas a inscribir algo en la piel, asegúrate primero de lo que significa.

Mi crítica a los tatuajes cazurros se extiende a muchos otros aspectos: te pones la cara de Jesucristo y diez años después pierdes la fe; o eliges el Ché Guevara y luego acabas metido en el Opus Dei. Casos extremos, sin duda, pero estoy seguro de que los hay mucho peores (me imagino a Luis Enrique con un tatuaje del Real Madrid en sus años mozos).


jueves, julio 27, 2006

La canción del verano

La pregunta es muy sencilla: ¿cuál es la canción del verano? Siempre me ha fascinado (horrorizado) el fenómeno sociológico que consiste en que, por el simple hecho de ser verano, la gente baja el listón de exigencia musical (ya bajo de por sí, todo hay que decirlo). Hay discos que aparecen en abril y nadie les presta atención, pero según avanza la primavera empiezan a frecuentar sospechosamente las radios estilo 40 principales. A lo largo de los años, he podido desarrollar un criterio infalible para descubrir cuál será la canción del verano: si a finales de mayo el artista es invitado al programa de María Teresa Campos, en la franja horaria de 1 a 2 de la tarde, entonces tiene todos los números para ser la estrella estival.

Por suerte, María Teresa Campos no tiene programa de televisión. La gente se ha cansado de su marujeo aderezado con un forzado acento malagueño, de su teatrillo con Paco Valladares y Rociíto, de su tertulia progre que sólo tenía sentido cuando el PP estaba en el poder. Al faltarme la Campos no he podido recurrir al habitual termómetro musical, así que estoy un poco perdido en lo que al tema se refiere. Mis únicos candidatos al dudoso honor de ser “la canción del verano” son:

- Shakira. Supongo que su “Hips Don’t Lie” (en español, “Jips Don Lai”) será la canción del verano, al menos en la vertiente oficial del concurso. La cosa no tiene mucho mérito porque cualquier bazofia con ritmo de reggaetón funciona hoy en día y, además, ningún artista latinoamericano de renombre está compitiendo este año por el título (Juanes lo ganó el año pasado con la camisa negra, homenaje encubierto a los fascios de Mussolini).

- El Koala. Parece que la canción del opá y el corral suena bastante en los últimos meses. Se trata de la enésima combinación “estupidez + gracejo gaditano”, una fórmula que sigue cautivando al pueblo de las Españas (dejando aparte las autodenominadas comunidades históricas, como si tuvieran más historia que otras regiones: recordad lo que dijo Jiménez de Parga sobre el Reino de Granada y Cataluña). Creo que el puto koala se merece ser el triunfador del verano, debido a su absoluta falta de escrúpulos para ejemplificar la vulgaridad intrínseca a tan dudoso galardón (su lema podría ser: “sin complejos y más allá”. La canción de marras fue promocionada como el himno de la selección española en el pasado Mundial, aunque ya sabemos que tuvo el mismo efecto talismán que salir al campo de fútbol con un colgante de pata de conejo.

Pues aquí me quedo, amigos: nada de Top 5 de canciones de verano. No conozco más candidatos y me resulta imposible seguir. Lo cierto es que no sé nada de los triunfitos (¿ha grabado disco el niño ese que pesaba 40 kilos, que ganó la última edición?) y, aunque creo que El canto del loco está por ahí jodiendo la marrana como siempre, de momento he conseguido mantenerme ajeno a su enésima mierda radiofónica. Si alguien sabe algún título más, sus comentarios serán bienvenidos en chez Arbusto. Yo me paro aquí.

miércoles, julio 26, 2006

En estas vacaciones, reivindicación del orgullo provinciano

Sucede que llevo varios días sin actualizar el blog. Uno piensa que da igual, porque a estas alturas de mes casi nadie se molesta en leer lo que escribo, porque: a) Los lectores están de vacaciones; b) Los lectores están hinchados de trabajo en la última semana de julio, antes de irse de vacaciones en agosto.

Lo peor es que la gente pensará que Arbusto está de vacaciones. Pues no. No de momento, al menos.

Lo que hoy me pide el cuerpo es defender el orgullo de los paletos, los “de provincias” (como nos llaman, como si Madrid o Barcelona no fueran provincias). De tipos como yo. Hasta que tuve 17 tacos, viví recluido en un pequeño pueblo de esta nuestra magna piel de toro. Después me fui a estudiar a Madrid, donde me realicé como persona tras cumplir los numerosos actos vandálicos-surrealistas que siempre deseé y no pude hacer antes (más otros que fui improvisando sobre la marcha). Pero eso es otra historia: sigamos con el tema vacaciones. Después de mi primer año de carrera, llegó el caluroso mes de junio y me piré para mi hogar familiar. Y allí cumplí durante tres meses con la rutina habitual, que no era otra sino comer mucho, dormir más y dividir mi tiempo útil entre televisión y libros. Cuando volví a la universidad en septiembre, para hacer la puta matrícula (ese año hubo acampada nocturna para pillar turnos) me encontré con decenas de colegas que me hacían la misma pregunta: “¿dónde has pasado las vacaciones?” “En mi casa”, contestaba, mientras veía que me miraban con cara rara y pidiendo más. Ellos me contaban que habían ido a la playa (los madrileños son muy de costa valenciana), a Portugal, a Ámsterdam, a Londres, y no sé a qué sitios más. Cuando volví de las vacaciones en segundo de carrera, se repitió la jugada: nadie entendía que yo pasara las vacaciones descansando en mi casa, porque para alguien que vive en Madrid no hay nada más deshonroso que quedarse en la ciudad mientras otros están fuera (no sé cómo será la gente de Barcelona, así que no puedo decir nada). A lo largo de los años universitarios fui tomando conciencia de que, efectivamente, soy un provinciano, un ser vulgar que es incapaz de cumplir el primer mandamiento de todo buen capitalino: pirarse de la ciudad en verano, y si es posible en navidad, en el puente de mayo, en el de diciembre y en el que se ponga por delante.

Lo de los madrileños y las vacaciones no es una cuestión de clase social. Cuando hace un par de años empecé a currar de teleoperador, tuve que pasar primero por el trance de un absurdo cursillo de formación. Había que organizar un rollo de preguntas y respuestas entre los aspirantes a tan pestilente trabajo, y a la gente (todos tan pringados o más como yo) no se les ocurrió otra cosa que elegir el siguiente tema: “¿qué has hecho en tus vacaciones?”. Muy cachondo todo: resulta que comemos mierda por 400 euros al mes pero antes de eso nos ventilamos el dinero (dinero que no tenemos) en unas buenas vacaciones. Como si viajar fuera una cuestión de derechos humanos, vaya.

Moraleja arbustiana: que cada cual haga lo que quiera con su tiempo y con su dinero (si es que lo tiene, claro). Pero un respeto a los capullos que no nos vamos nunca de vacaciones. Porque no hay nada malo en pasarse el veranito en casa, con el estómago bien cebado y el gaznate convenientemente regado con caldos varios. Y es que las cosas más sencillas suelen ser las mejores.

jueves, julio 20, 2006

El baile del pañuelo



Lección número uno para todo jefe de gobierno: "cuando estalle el enésimo enfrentamiento en Oriente Medio, después de más de medio siglo de guerra, procura actuar con cierta prudencia. Nunca tomes partido evidente por un bando, porque en política exterior no hay colores ni ideologías, sólo intereses en juego. Y, ante todo, nunca dejes que te tomen fotografías comprometedoras."

Un ladrón anda suelto

Tenemos movida en el edificio. Ayer aparecieron todas las paredes empapeladas con el siguiente mensaje: “Quien se haya llevado el periódico al que estoy suscrito, mejor que lo vaya devolviendo. No es la primera vez que me roban el periódico y ya estoy cansado. Si no lo devuelven hoy, estoy dispuesto a pedir las grabaciones de la cámara de seguridad. Y aviso que pienso denunciar al ladrón”.

Pues eso, que alguien está muy jodido porque le chorizan (gran verbo “chorizar”, que los muy pulcros españoles utilizamos cada vez menos) el periódico. Por un lado, entiendo que no es nada agradable hacer un pago anual para que luego haya un cabrón que disfrute de tu diario favorito mientras espera a Godot en el cuarto de baño (y hay veces en las que Godot tarda mucho en llegar, y algunas ni llega…) Pero, por otro lado, no puedo negar que apenas siento empatía por ese ciudadano víctima del delito, porque a mí el tema de las suscripciones nunca me ha gustado demasiado. Veamos: ¿qué beneficios tiene suscribirse a un periódico?

1. La prensa te llega cada día a la hora de desayunar. He de admitir que es terriblemente cool eso de leer el periódico mientras tomas el café.
2. Hay días en los que no apetece salir a la calle para nada. Muy útil eso de tener el diario en la puerta.
3. Te ahorras un poco dinero al pagar la suscripción anual de un golpe.

No está mal. Pero no compensa, en mi opinión. Veamos los puntos débiles:

1. Te expones, día sí y día también, a que te roben el periódico. Muchas veces no te lo roban para leerlo, sino simplemente por joder (no olvidemos: la envidia, deporte nacional).
2. Te gastas una pasta para depender de un puto repartidor que no siempre hace bien su trabajo. Como vivas en un sitio con una dirección confusa (o de esos con número antiguo y nuevo a la vez) corres el serio riesgo de que los envíos no lleguen siempre. También puede pasar que el repartidor se quede dormido, como me pasaría a mí si tuviera que levantarme a las cuatro o a las cinco de la madrugada para repartir prensa.
3. El momento “periódico en la puerta de casa” está muy bien en la teoría, pero en la práctica resulta que en la puerta de casa hay lluvia, polvo y quién sabe si alguna cagada de perro.
4. Si te vas unos días de vacaciones, resulta que estás pagando por un servicio que no tienes. Así que leer la prensa en otra ciudad te sale a doble de precio: pagas el ejemplar que lees y el que no lees.
5. Te pierdes esas conversaciones míticas con los quiosqueros: ellos siempre saben qué periódico trae más suplementos los viernes, cuál regala muñecos de los Simpsons el sábado y aquél que regala un dvd gratis en la primera entrega de la colección.

Lo dicho: suscribirse a un periódico está pasado de moda. Este verano, todos contra las suscripciones de periódicos. Así dejaremos de llenar los bolsillos de los magnates de la prensa y a la vez, de un plumazo, nos cargaremos a los pequeños delincuentes que roban la prensa a los suscriptores.

martes, julio 18, 2006

La niña se nos casa

AVRIL LAVIGNE SE CASA CON DERYCK WHIBLEY.La reina del punk canadiense contrajo matrimonio con su novio, el músico de Sum 41 Deryck Whibley, en California. Según la revista 'People' el enlace tuvo lugar el pasado sábado en una propiedad privada cerca de Santa Bárbara. La publicación precisó que la cantante eligió para la ocasión un vestido de la diseñadora Vera Wang y un ramo de rosas blancas. (noticia tomada de elmundo.es)

Malos tiempos los que nos han tocado, sin duda. El que una pipiola que se casa a los 21 años sea considerada como “cantante punk” no deja de ser un indicador más de la putefracción que rodea al mundo de la música. No olvidemos que los Green Day son considerados el mejor grupo punk de la actualidad, o al menos eso dice la MTV (y si lo dice la MTV, entonces nos lo creemos).

En España, nos apañamos con El canto del loco (¡qué letra tan rebelde la de su canción "Zapatillas"!) y nuestra camada anual de triunfitos. Pues eso, que siga la fiesta.

miércoles, julio 12, 2006

Se llama 'Spin Off'

Spin off, lo llaman. El invento consiste en lanzar una serie televisiva con personajes de otra ya existente: Frasier, por ejemplo, salió de Cheers; en España, la olvidable serie Aída fue un spin off de 7 vidas. (Por cierto, nunca había visto un niño gay en televisión hasta que vi uno de los actores de Aída. El chico interpreta muy bien, pero qué plumaza tan precoz… A su lado, Maxim Huerta resulta más hetero que Paco Cascos).

Todo esto viene a cuento porque en un par de semanas empezarán a pasar por televisión el spin off de Sexo en Nueva York. No negaré que tengo algo de curiosidad por ver actuar en papeles principales a esa legión de personajes secundarios más planos que los zapatos de la mujer de ZP en la boda del príncipe y Letizia: los amigos homosexuales de Carrie (siempre presentados como gente frívola, no vaya a ser); el negro guaperas que trabaja como médico de los Knicks y se cepillaba a la pelirroja; y el rubio cachas que hace sentar la cabeza a Samantha, la rubia ninfómana; y alguno más que me dejo olvidado.

Lo de Sexo en Nueva York me tiene intrigado: ¿Por qué cuatro tías, que no son precisamente unas estrechas, no han encontrado pareja hasta los 38 años? Resultan que están rondando los cuarenta y todavía se ponen nerviosas cuando un hombre las llama por teléfono… ¿alguien se lo cree?
En cualquier caso, no voy a ponerme a criticar la serie, que bastante coñazo doy a Copycat cuando empiezo a rajar (a tiempo real) mientras ella intenta disfrutar cualquier episodio. Lo que sí he de reconocer es mi fascinación por la idea de soltería que se transmite. Me explico. Para un tío, estar soltero no es nada bueno de por sí. Si las mujeres son diosas, como le explica Woody Allen a su hijo en Desmontando a Harry, entonces es evidente a lo que aspiramos. No hace falta estar desesperado, desde luego, pero lo que está claro es que la soltería es percibida como un estado pasajero que, tarde o temprano, acabará. En cambio, para las chicas de Sexo en Nuevo York el no tener pareja se convierte en la mayor dedicación de su tiempo (algo normal en el caso de Carrie, que es periodista, es decir, que no sabe ejercer ningún oficio). La moraleja que transmite la serie es: “me he cepillado a 11 tíos esta semana pero no pasa nada, y aunque sigo dando tumbos a los 38 años lo importante es que visto de Chanel y salto los charcos de Manhattan con unos zapatos Manolos que me han costado 500 dólares”. Las protagonistas son cuatro chicas blancas (el que no haya ninguna de otra raza deja bien claro cuál es el público objetivo) entre las que sólo se salva mi admirada Charlotte, una buena mujer que sabe que los fracasos amorosos no se arreglan con encender un cigarrillo y exigir a las amigas forzadas muestras de compadrería.

Dejando de lado los guiones baratos de Sexo en Nueva York, creo que la mayor virtud de la serie está en su capacidad para reflejar una de las grandes diferencias entre hombres y mujeres: mientras ellas pueden entregarse plenamente a su soltería, en nuestro caso eso no funciona. Es cierto que podemos irnos con los colegas para hablar de fútbol y/o tetas mientras nos cebamos de whisky barato, pero… al mismo tiempo sabemos (aunque no lo reconozcamos) que el plan es bueno pero no suficiente.

sábado, julio 08, 2006

El mejor programa de televisión del mundo

Impresionante documento, como diría José María García.

En los países desarrollados la tendencia es promover la televisión por cable y digital. En España, mientras tanto, el gobierno ZP pasa de mirar al futuro y se dedica a conceder nuevas licencias analógicas (ya se sabe, hay que pescar votos como sea). No sigo ni la Cuatro ni la Sexta, aunque parece que la primera tiene al menos algunos programas decentes. En cuanto a la Sexta (propiedad de Emilio Aragón, según dicen) desconocía por completo su parrilla hasta que he sabido de un programa tan burdo como entretenido: un remake de esos espacios nocturnos de cadenas locales en los que se ofrecen premios a los pardillos que llaman para dar la solución a un puzzle, un crucigrama o una simple adivinanza.

Desde ya, me proclamo seguidor incondicional de Diana Alonso, una presentadora a la que acaban de despedir por ir borracha perdida al programa. Claro, es lo que pasa cuando tienes que trabajar de madrugada y antes te has ido con los colegas a cenar, a tomar una copita, luego una segunda copita…

Pondré un par de vídeos para quien quiera echarles un vistazo. Impresionante comienzo, sin duda, el del primer vídeo. Dice la buena de Diana:

¡Venga! ¡Aúpa! [risas] 905 040 016 ése es el número al que tienes que llamar, si no lo sabías, pero está aquí abajo mío… Si no lo sabes, no llames, que es una lástima: no te gastes el dinero en… en no saber"



jueves, julio 06, 2006

Mi música

Ya comenté la semana pasada que vivo encerrado en mi madriguera, pertrechado de música y víveres básicos. En estos últimos días, me he dado cuenta de hasta qué punto uno sólo puede ser verdaderamente consciente de lo bueno que es un disco cuando lo compara con otros que son basura: y es que lo sublime aparece por contraste, porque de otro modo no tendríamos un criterio para definir lo que vale la pena y lo que no. En cualquier caso, no puedo negar que mi valoración de un cantante o de un grupo no está basada únicamente en su música, sino en otros detalles que muchas veces no tienen nada que ver con ésta. Propongo a continuación un Top 5 de cantantes que en un momento me cayeron bien y que ahora detesto hasta la saciedad:

- Lenny Kravitz. Un tipo con talento al que conocí gracias a Are you gonna go my way, aunque ya antes había compuesto temas como Mamma Said. Nunca llegué a interesarme en su carrera, pero durante un tiempo lo respetaba y lo veía algo así como el clon negro de Slash Rose. Lamentablemente, a mitad de los noventa empezó a sacar baladas casposas y a lucir cachas, piercings y tatuajes en zonas 'calientes' (¡qué provocador!). De Lenny Kravitz basta con decir que, a día de hoy, la gran mayoría de sus fans son chicas jóvenes y de mediana edad, un perfil de público que antes no se había acercado a su música. Pero ya se sabe que no hay nada tan rentable como ser el chico malo de las radios comerciales. ¿Verdad, Lenny?

- Luixy Toledo. Un fenómeno musical que dejó de componer canciones hace tiempo (ver foto). Lo incluyo en mi Top 5 no porque me caiga mal, sino porque no me parece ético dejar al público huérfano de su talento, así, tan de repente. El silencio musical de Luixy es sólo equivalente a la muerte de un Jim Morrison o un Jimmy Hendrix. Luixy apareció en televisión hace más de una década, denunciando a Michael Jackson porque le había copiado una canción que luego sería Thriller. Decía Luixy que, una reencarnación anterior, Michael Jackson había sido amigo suyo en la Italia medieval (¿o era en Marte? no recuerdo bien) y que fue entonces cuando Michael le plagió la canción. El grande de Luixy paseó por un tiempo la versión “original” de Thriller valiéndose únicamente de una guitarra/órgano de esos que ya sólo utiliza el melenudo de los Camela. Sin embargo, desde que apareció en Torrente 2, no he vuelto a saber de él. Todavía me lamento de no haber acudido a un concierto que daba una noche en el que, además, por las 500 pesetas de la entrada regalaba a los asistentes una cinta grabada con sus mejores éxitos. ¡Luixy, vuelve!

- Pau Donés. Tampoco es que me fascinara este tipo, pero al menos compuso algunas canciones decentes (o al menos, decentes para lo que es el pop español) en su primer disco con Jarabe de palo. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo: intensificó su imagen de buenrollista al mismo tiempo que vendía su limitado talento musical a los 40 principales (no se vendió por cuatro perras, desde luego). Donés decidió machacar al personal con títulos tan olvidables y tontorrones como Depende, ataviado unas veces de cantante heavy metal y otras con camisetas del Ché Guevara. Metió rap y pasodoble en sus discos y, no contento con el estropicio, se atrevió a grabar un ridículo vídeoclip junto con Alanis Morissette (es que ahora Pau Donés es artista internacional, y nosotros sin saberlo). Nunca le perdonaré una entrevista en la que confesaba alegremente que no había leído un libro en su vida. El tío dijo que sólo había leído lo que le obligaban en el colegio y que no le hacía falta nada más. Y encima presumía de ello.

- La habitación roja. Grupo de los denominados independientes que se ganó un prestigio tras colocar varios de sus singles en Radio 3. El disco que consolidó a LHR fue Largometraje (1999), el cual tenía un tufo de imitación a Los Planetas bastante preocupante (aparte del título, muy parecido al Súper 8 de Los Planetas, había dos canciones que coincidían literalmente: Ciencia Ficción y Espiral). Aunque Largometraje no era nada del otro mundo, al menos dejaba dos o tres canciones prometedoras. El ascenso de LHR vino de la mano de un intento (¿fallido?) de discográficas y salas independientes por desarrollar una escena indie en Valencia, ciudad de origen del grupo. Sin embargo, el proyecto no termina de funcionar: ya son varios discos y LHR sigue haciendo música predecible que viene acompañada, por desgracia, por las letras más cursis que se han escrito en España desde que la poblaron los íberos. El chaval escribe en castellano pero, la verdad, para hacer lo que hace mejor que componga las canciones en inglés.

- Alejandro Sanz. No es que me gustara este cantante al principio, ni mucho menos, pero lo que sentía no era asco sino más bien envidia. Me explico: la envidia que un chaval de 12 años puede tener cuando todas las niñas del colegio llevan las carpetas forradas con fotos de algún sex symbol. Por aquel entonces la música de Alejandrito me daba arcadas (eso no ha cambiado hasta hoy) pero a él lo percibía de manera neutra, del mismo modo que podía percibir a actores como Brad Pitt, del que todas las chicas decían que estaba "muy bueno". Ahora no siento envidia hacia Sanz, sino que más bien lo veo como un tipo mediocre, que mide casi más de ancho que de alto, con un tinte rubio que sólo puede hacer las delicias de un público hortera como el de Miami. Y ese acento… ¿pero qué acento es ese, mi niño? Este tío, que es de Moratalaz de toda la vida, se descuelga ahora en las entrevistas con una pronunciación que no sé si imita al acento gaditano o a alguna variante del puertorriqueño. Muy falso y muy forzado, sin duda. Se cuenta que el primer disco que grabó, no con el nombre artístico de Alejandro Sanz sino con el de Alejandro Magno (¿rollo bisexual por ahí?) es uno de los más codiciados por los coleccionistas de España. Si llega el día en el que encuentre uno de estos vinilos, haré dos cosas: la primera, ponerlo a subasta en eBay; la segunda, perdonar a Sanz todo lo que me ha hecho sufrir en esta vida.

domingo, julio 02, 2006

La maldición de "Gran Hermano"

Alguna vez me he quejado por el hecho de que para muchos jóvenes (por “joven” entiéndase a los nacidos en los 80 y después) el término Gran Hermano no le sugiere otra cosa más que un vulgar programa de televisión. Creo que muy pocos saben que el programa toma el título de una novela de George Orwell llamada Big Brother, cuya traducción más correcta habría sido, por cierto, El hermano mayor.
A la ignorancia sistemática promovida por la ESO se une la prostitución que Telecinco hace del título al referirse continuamente a los concursantes como “grandes hermanos”. Pero, en cualquier caso, no es ésta la única paradoja que rodea a la obra de Orwell. Desde su publicación, en 1948, los críticos con Estados Unidos (y defensores de la URSS hasta que cayó en 1989) hicieron de 1984 su libro de cabecera, sin darse cuenta de que Orwell estaba caricaturizando al régimen de Moscú. Ya lo hizo en Rebelión en la granja y en Homenaje a Cataluña, pero ya se sabe que no hay peor sordo que el que no quiere oír (o no quiere leer, o no sabe leer).

Sin embargo, no hay nada tan aterrador como la maldición que se esconde detrás de GH: aquél que participa en el programa de Telecinco corre serio riesgo de morir en accidente. Veamos un Top 5 concursantes que han sufrido la maldición en sus propias carnes:

- Gustavo. Un forzudo caradura que se hacía pasar por boxeador (ya se sabe, rollo “hombre curtido en barrio proletario”, “novela negra”, etc.) aunque no era más que un stripper de segunda categoría. Hizo las delicias de los televidentes de GH 4 y luego se dedicó a trabajar como “periodista” en debates moderados por el prócer Sardá. El pasado viernes, viajaba de Madrid a Irún en esa bala que es el Tren Estrella, orgullo patriótico y joya nacional del transporte. En la estación palentina de Venta de Baños el tren paró para enganchar más vagones, algo que Gustavo aprovechó para ir a la cafetería de la estación con un grupo de chicas que acababa de conocer. Estaban tan deseosos de discutir sobre el último libro de Saramago (suponemos) que en lugar de tomar el paso subterráneo decidieron cruzar directamente la vía del tren. Fue entonces cuando un tren arrolló a Gustavo y a una de las chicas. Ambos murieron.

- Ismael. Explotando al máximo el estereotipo de gaditano gracioso, logró convencer a millones de telespectadores que votaron por teléfono en la primera edición del programa. Pero el chaval tenía ciertos escrúpulos y no tragó toda la mierda que le exigía Sardá y compañía, así que quedó relegado a un segundo plano mientras los vaivenes del dúo Jorge-María José (el ex militar loco zaragozano y la prostituta retirada de Sevilla) acaparaban toda la atención de las marujas carpetovetónicas. Cuando parecía que ya nadie se acordaría de él, se supo que se había hostiado con la moto en una calle de Madrid. El chaval llegó a ver el túnel ese de luz blanca pero finalmente se quedó en este mundo para cumplir dos misiones que el destino le había encomendado: presentar en Canal Sur un programa de inocentadas grabado en Argentina, y sacar el disco Para ti (¿se refiere a su madre, muy probablemente su única compradora?) con una banda de rock que se hacía llamar 1+. Después de aquello, Ismael volvió al anonimato.

- Raquel. Decidida a abandonar su trabajo como soldadora, Raquel llegó a GH 3 con un plan perfectamente calculado para hacerse “famosa”. Nada más entrar en la casa se dedicó a pelearse con los demás para lograr que la nominaran, primero, y la expulsaran, después. Al ser la primera expulsada del concurso aprovechó para visitar foros tan ilustrados como Crónicas Marcianas y ganarse, merced a su formación humanística y a sus conocimientos filosóficos (“lo mío es la filosofía analítica, en la línea del primer Wittgenstein”, según palabras que Arbusto le atribuye) un puesto como “periodista” o “colaboradora” en programas de María Teresa Campos y similares. Para engordar aún más su cuenta bancaria, decidió hacer de su lesbianismo un medio de vida, en el sentido estricto de la palabra. Autodenominada portavoz del colectivo gay (siempre detrás del omnipresente Pedro Cacerolo), tuvo un accidente de coche mientras viajaba con Noemí, su pareja de entonces y también participante de GH. Raquel estuvo en coma y casi la palma, aunque pudo salir con vida tras una intervención quirúrgica de cinco horas. Le quedaron bastantes secuelas, eso sí.

- Noemí. Como ya he dicho, participó en GH 3, fue pareja de Raquel y casi muere en la carretera.

- Carlos. En realidad no fue participante de GH, sino de La casa de tu vida, pero este reality no deja de ser una variación del primero (y además, me viene bien para completar mi post, qué cojones). Si el “experimento sociológico” de GH consistía (supuestamente) en ver como interactuaban 12 personas en condiciones extremas (alimentos racionados, vaquitas que ordeñar, etc.), en La casa el tema consistía en que siete parejas construían una vivienda que finalmente iría a parar al dúo vencedor. En pocas palabras: un pretexto más de Telecinco para encerrar a unos aspirantes a famosetes dispuestos a vender su alma al diablo por cuatro duros. El tal Carlos llegó con su novia Susana y, cuando fueron expulsaron, se dedicaron a airear trapos sucios en A tu lado y otros programas de igual ralea. Su novia le acusaba de haber sido un yonkarra y le decía, a modo de leitmotiv wagneriano, algo así como “tú me debes todo lo que tienes. Yo te salvé”. Cuando el rollo ex drogadicto perdió fuelle, Susana decidió entonces acusarlo públicamente de ser un maltratador. No se sabe si tanta tensión acabó por destruirle los nervios, pero el caso es que Carlos la espichó al estrellar su coche mientras viajaba hacia Madrid para participar en el enésimo debate basura de Telecinco.