lunes, diciembre 19, 2005

Memento

When thou shalt be disposed to set me light,
And place my merit in the eye of scorn


Este es el comienzo del soneto 88 de Shakespeare, uno de los más estremecedores de su colección (no hay que ser ningún experto para advertir la maestría de otros sonetos como el 20, el 23 y el 116). Comienzo este post citando al joven William porque estoy dispuesto a aceptar el castigo de ser puesto “in the eye of scorn”, es decir, en el ojo del desprecio. Creo sinceramente que, asumiendo en público mis faltas, podré redimir mis pecados.

La historia se remonta unos días atrás. Fui gentilmente invitado por unos colegas a visitar su nueva casa, aunque en realidad todo era una pantomima para beber cubatas a las cuatro de la tarde mientras veíamos la película Jackass (el corrector de Word se empeña en poner “Jacas”). Para variar, me dormí en el sofá.

En cierto momento, tocaron al portero automático. Pegué un salto y, ni corto ni perezoso, me puse mis zapatillas Nike y salí disparado hacia la puerta. Allí me choqué con un portero de esos con cámara incorporada y un montón de botones (sólo reconocía el que tenía una llave dibujada). Y así, en estado de shock, me quedé como un par de minutos.

El viernes por la noche conté mi experiencia mientras tomaba unas copas, y el desalmado Barry (50% de los Haters) se mofó de mis andanzas al bautizarlas como Memento: el hombre que necesita de sus tatuajes para superar la amnesia.

Al parecer, todo lo que hice en aquella casa ajena se debió a un extraño caso de sonambulismo. Para empezar, aquellas zapatillas Nike no eran mías sino del dueño de la casa (de hecho, juraría que las noté demasiado anchas). Me abalancé sobre el portero creyendo que estaba todavía en mi refugio antiaéreo en las Américas, donde purgo un exilio de un año de duración, pero aquello no era sino un piso en el barrio madrileño de Delicias.
Dice mi señora que la noche siguiente la desperté a las seis de la mañana mientras pronunciaba una solemne conferencia sobre literatura. Según cuenta, ella me intentó cortar y yo le contesté: “no, por favor, no me interrumpa ahora”. Pues eso. Nadie manda callar a Arbusto el Guerrero.

1 Comments:

At 6:38 p. m., Anonymous Anónimo said...

Por más que ilustres tus delirios somnolientos con Shakespeare no dejas de ser un tarao que, a los cinco minutos de sobarte, no sabes en qué continente te encuentras. De todos modos, me alegro de que en mi chabola te sientas como en casa.

 

Publicar un comentario

<< Home